UN MUNDO NUEVO

¹ Con frecuencia escuchamos hablar o leemos sobre el fin de los tiempos. Es más, algunos precisan fechas asociadas a cambios planetarios en nuestro sistema solar y en el Universo. Y otros auguran el término de la civilización humana como la conocemos, producto de eventos devastadores a manos de la fuerza de la naturaleza o como consecuencia de acciones negativas de nuestra especie acumuladas durante siglos, en forma de plagas o enfermedades.


Observando el devenir de los acontecimientos de estas últimas décadas y guardando en consideración que la historia de la Tierra (más que la de la especie humana) ha tenido antes grandes cambios climáticos y que modificaron en su momento sustancialmente la vida, podemos reconocer parte de verdad en la intensidad de los cambios que hoy vemos.


Pero ¿en qué nos fijamos realmente? ¿Por qué el temor acompaña los posibles cambios? Aparentemente nos fijamos en la materia y en sus cambios (ilimitados por lo demás en posibilidades…). En la acumulación y liberación de energía física y visible que podría alterar de forma drástica la vida… Pero olvidamos que la materia es una manifestación densa de energía que obedece a leyes más sutiles y que establecen un orden superior. Un orden inteligente y con propósito en el que todo tiene sentido ¿qué sentido? Fácil, el sentido del amor.


El Universo y lo que contiene tiene desde su origen el germen del amor. ¿Por qué? Porque está destinado desde siempre a la vida y la vida sólo nace de un deseo amoroso. Un deseo creador del único ser pleno de amor: Dios.


Desde antes del Big Bang, la gran explosión original que dio vida al Universo, ya existía el pensamiento divino sobre él, es decir, la intención creadora de Dios sobre toda posibilidad de existencia. Ningún átomo es ajeno al amor, sino que fue creado precisamente en esa frecuencia; concebido para expandir la divinidad en la materia a partir de una singularidad espacio temporal. Es decir, la cosmología física (el modelo científico) lleva como germen y principio la cosmología espiritual.


² Así visto, desde lo espiritual, más que cambios, simplemente como planeta y como especies de la Tierra, participamos de una continua transformación y evolución hacia lo divino, lo mismo que el Universo entero. El origen, es a la vez el fin de este proceso cuando toda forma de existencia logre entrar en la frecuencia de Dios, esa misma frecuencia desde la cual todo, absolutamente todo, fue creado en un instante.


La energía divina se manifiesta en frecuencias hacia nosotros, y al estar encarnados en nuestro planeta participamos de una frecuencia más baja que limita la energía de nuestro espíritu. Al evolucionar los sistemas planetarios como el nuestro, dadoque está en la intención creadora de Dios que así sea, entonces somoselevados a una frecuencia superior que nos inicia, junto con nuestro planeta, al amor.


¿Debemos temer esta transformación?

El temor surge como una respuesta psicológica ante el peligro, ante la posibilidad de que nos dañen, nos traicionen, nos abandonen o quieran atentar contra nuestra vida, entre otras posibilidades “asustadoras”. Y producto de ello queremos huir, o escondernos o defendernos…. Tomar resguardos, sentirnos seguros y comprar toda clase de certezas…


No obstante, cuando abrimos nuestra conciencia a niveles más elevados de comprensión, el temor también se puede transformar en sus opuestos: la fe, la confianza y el valor.


Desde una comprensión metafísica, no existe el tiempo más que como un referente de orden humano, para poder categorizar lo pasado, lo presente y lo venidero. Existe más bien la sincronicidad, es decir, un orden dado por la sincronía de sucesos que al igual que un rompecabezas van encajando armónicamente en el momento exacto, ni antes ni después, con plena perfección. Esto, aunque a veces algo asemeje un caos, como un virus que produce incontables muertes o un terremoto que libera energía acumulada.


La Tierra y sus especies están sincronizadas con el Universo, con movimientos, con alineaciones y expansiones permanentes. De hecho el mundo científico constató recientemente una expansión acelerada del Universo, que en su origen evolucionó desde un estado denso y caliente; y que hoy, (mayormente expandido desde su singularidad inicial), es más frío y menos denso. Es decir sus condiciones han variado significativamente desde que se inició en la explosión de su átomo primigenio.


Dios no destruye lo que crea, sino que lo conduce a su plenitud. Nuestra Tierra es también su Tierra. A través de Jesús, Dios se ha revelado a sí mismo como un Padre amoroso que quiere para sus hijos un estado de amor permanente y cuya metáfora es “el Reino de Dios”. Un estado de energía que integra lo espiritual con lo material y elimina la aparente diferencia que tiene para nuestros ojos humanos.


Tal vez para muchos es más fácil pensar en el fin del mundo que en construir uno nuevo. Y eso genera sus temores y los acobarda ante lo incierto. La alternativa es creer en la sabiduría de lo divino que conduce todo con una intención; confiar que al ser inspirada por el amor busca el bien absoluto de todo lo que ha creado; y tener el valor para pensar, sentir y vivir de acuerdo a la convicción de nuestro espíritu, cuya semejanza con Dios le hace sensible a la verdad más allá de la realidad que captan nuestros sentidos.


Si así ocurre y elevamos cada día más nuestras conciencias, será más fácil evolucionar y ser iniciados al amor en plenitud y vivir un mundo de encuentros y alegrías; de paz y serenidad; de armonía y claridad; de abundancia y solidaridad. Un mundo que refleje sólo la luz. En definitiva “un mundo nuevo”.


Hernán Patricio Díaz B.

Psicólogo – Terapeuta Transpersonal

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