LA HERIDA DEL DESAMOR
¹ Hay un tiempo de nuestra existencia en que nos sentimos unidos a todo y en perfecta armonía inconsciente. Suele ser la experiencia de la vida intrauterina y de los primeros años de nuestra niñez, en que la vida pareciera extender la armonía del viaje universal del alma en la Tierra. Aunque también pueden ocurrir traumas intrauterinos, cuando el feto percibe las emociones de la madre y las energías del medio ambiente en forma negativa, afectando de alguna manera su natural equilibrio.
Luego de nacer y como resultado de la continua adaptación a la vida, junto a experiencias placenteras y alegres, aparecen también las que nos causan dolor. Son las sombras del amor no realizado que se expresa en situaciones profundas de abandono, maltrato, indiferencia, manipulación, ausencias y/o el rechazo, entre otras causas posibles.
Es entonces, cuando comienza nuestra sensación de que el amor no es incondicional, de que debo hacer algo para obtenerlo, como lograr la aprobación de mi padre o madre, la lealtad de amigos o amigas, la entrega de una pareja, el reconocimiento a través de mis logros y éxitos. En fin, se trata de la constante sensación de un hacer, de un demostrar, de un alcanzar más que la gratuidad de sólo ser.
² De esta forma nos vamos alejando de algo natural y poderoso que latía dentro de nosotros mismos, ese amor que sólo queríamos ver reflejado en cada persona que nos rodeaba y en cada experiencia que se creaba. Y como respuesta a esto, vamos creando mecanismos defensivos, desconfiando de quienes nos rodean, aislándonos o evitando ser maltratados o manipulados al actuar de forma agresiva creyendo que esa es la manera de protegernos. Incluso buscamos alivio y bienestar evadiéndonos en cosas materiales, drogas, alcohol o relaciones que terminan siendo un reflejo de las propias tormentas y heridas abiertas de nuestra infancia.
Hasta que llega un momento en nuestras vidas en que sentimos que duele demasiado y que ya no podemos seguir prisioneros de un historia antigua que se repite sinfín; que esos mecanismos que nos defienden nunca curan y que en nuestro interior una voz clama por la paz y la felicidad no alcanzada. Ese momento es el más poderoso de todos porque es el más verdadero al pedirnos que hagamos sincero el sufrimiento de nuestro corazón, lo veamos y sintamos para comenzar a cerrar la herida el desamor.
Así se iniciará el camino de la reconciliación a través del perdón a quien tenía que proteger y no lo hizo; a quien tenía que respetar la pureza y abusó de ella; a quien en vez de enaltecer humilló; a quien dio golpes y nunca acarició; a quien hizo promesas que luego traicionó; a quien mintió y dejó morir la ilusión, a quien pudiendo estar al final abandonó.
Y también la comprensión de que todos esos sucesos eran al final una invitación a elegir la mirada autocompasiva del amor, única capaz de sanar la ausencia anterior del amor. La verdad profunda de la existencia de nuestro propio valor que permanece intacto frente a aquello que lo puso a prueba por tanto tiempo y que era probado a fuego en cada circunstancia. Se trata de volver a amarnos conscientemente, soltando pesos, aligerando pasos y brindándonos la oportunidad de nacer nuevamente.
Si logramos aceptar y perdonar nos hacemos más fuertes, más grandes y compasivos, siendo capaces de agradecer el aprendizaje recibido a través de quienes aparentemente nos dañaron, pero que al final nos llevaron a buscar y restaurar ese estado de armonía y felicidad latente desde siempre en nuestra alma. Sólo que ahora, con más mérito y grandeza al ser capaces de brillar y volver a sonreír desde el sufrimiento que, temporalmente, se presentó como un maestro para nuestra evolución personal y espiritual.
Hernán Patricio Díaz
Psicólogo - Terapeuta Transpersonal
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