EMOCIONALIDAD INTELIGENTE

¹ No cabe duda de que los seres humanos somos seres sensitivos que vamos respondiendo a estímulos que se generan del medio que nos rodea. Frente a estos estímulos percibidos, generamos una determinada respuesta para intentar adaptarnos a la realidad específica que enfrentamos. Así, por ejemplo, si nos vemos expuesto a la sensación de frío intentaremos compensar nuestra temperatura corporal produciendo calor por mediodel abrigo o la calefacción externa y si sentimos hambre, buscaremos la manera de ingerir alimentos que sacien esa necesidad.

 

De igual manera, nuestras emociones son respuestas psicofisiológicas ante determinados estímulos y que tienen por objetivo producir respuestas adaptativas que preserven tanto nuestra vida, como favorecer su desarrollo con relación a los demás y el medio ambiente. El encargado de comandar este complejo proceso de supervivencia es

nuestro sistema límbico; un conjunto de estructuras cerebrales (amígdala cerebral, hipotálamo, circuitos neuronales, entre otros) que responden a ciertos estímulos ambientales y generan determinadas respuestas que llamamos “emocionales”, como la alegría, la tristeza, el temor, la ternura, el enojo, la sorpresa y el asco, entre algunas de las más básicas reconocidas a nivel universal.

 

Se trata de un sofisticado “chip” que ha acompañado por miles de años a la humanidad en su desafío de existir y transformarse a sí mismo y su entorno y sobre el cual se desarrolló en forma muy posterior a nivel evolutivo la neo-corteza del ser humano (con capacidades más abstractas y reflexivas que permitió la inteligencia de lo real de manera más avanzada a diferencia de otras especies), pero que recibe la información que primero pasa por el sistema límbico.

 

La inteligencia emocional tiene que ver entonces con poder descubrir el inmenso potencial que guardamos los seres humanos y que se activa cuando logramos conectar de forma consciente la energía del cerebro límbico, más reactiva y automática, con la de nuestro cerebro racional, más analítica y reflexiva. Es decir, a nivel metafórico, cuando somos capaces de equilibrar nuestro corazón con nuestra mente y así desarrollar nuestra inteligencia emocional.


¿Cómo lograrlo?


² El primer paso, como la mayoría de las cosas importantes en nuestra vida, dice relación con el darnos cuenta, porque es muy difícil administrar algo cuya energía o poder esconocemos. En este caso, se trata de reconocer lo que sentimos y las reacciones que nos produce en la tradicional dinámica causa y efecto. Es lo que el famoso teórico de la Inteligencia Emocional, Daniel Goleman, llama “autoconciencia emocional” y que implica clarificar el estímulo que genera una respuesta emocional determinada.

 

Por ejemplo, en estos momentos de crisis sanitaria que experimentamos a nivel global, miles de personas comparten la percepción de una alta incertidumbre en variados aspectos de sus vidas: laboral, salud, la familia, pareja, etc. Y esto gatilla recurrentes cuadros de ansiedad o estrés que son manifestaciones psicológicas relacionadas con el

miedo, que a su vez responde la sensación o estímulo del peligro. Entonces, cuando percibimos que algo es peligroso nuestro sistema límbico genera una determinada respuesta psicofisiológica (y no otra), para adaptarnos mediante el temor, provocando una reacción de huida, escondite y/o paralización a fin de sobrevivir.

 

Cuando logramos identificar lo que sentimos, en este caso miedo, podemos por un lado diferenciarlo de otra emoción como la rabia (generada ante la sensación de daño y que nos llevaría a agredir para defendernos), y por otro ser conscientes del peligro que enfrentamos y que tan real es la amenaza, lo que generará (al haber mayor conexión con la neo-corteza) un mayor repertorio conductual para hacer frente a la ansiedad o estrés que sentimos como efecto de la pandemia.

 

El segundo paso como consecuencia de haber logrado el anterior, es manejar la forma e intensidad de nuestras respuestas emocionales, es decir “auto-regularnos”. Si bien no podemos imponernos una emoción y sólo tomar conciencia de lo que naturalmente sentimos, si podemos decidir acerca sobre cuándo y cómo expresarla y actuarla, tanto

hacia nosotros mismos como hacia los demás. En este sentido, sentir miedo no me tiene que hacer salir corriendo en la mayoría de los casos o convertirme en un agresor cada vez que me enojo, dado que puedo autoimponerme otra relación ante la sensación de peligro o daño que experimento.

 

Lo anterior implica decidir sobre mi expresión emocional para que tenga un impacto positivo en mí y en los demás. Así, quien experimenta mucha ansiedad puede aclarar primero cuál es el motivo real de peligro, que tanto lo afecta y con qué recursos cuenta para enfrentarlo en caso de ser una amenaza próxima. Esto se puede ver reforzado por

alcanzar antes de actuar un estado de calma y claridad mental mediante la respiración, el descanso y la reflexión frente a un flujo de ideas negativas o inquietantes. También reconocer la ansiedad en mi cuerpo, a qué estoy prestando o no demasiada atención y qué cosas me digo internamente en ese estado para decidir hacer un cambio favorable.

 

Finalmente, cuando decido sobre lo que siento puedo expresar mis emociones de una manera conscientemente y constructiva, que en el caso de la ansiedad puede ser poner mayor atención a los recursos personales con que se cuenta para enfrentar situaciones

amenazantes, focalizarse en las situaciones  o personas que me produzcan confianza, variar mi actitud corporal a una que me haga sentir más seguridad y/o generar un lenguaje que me empodere en un tono positivo como “lo voy a lograr”, “aprendo de esto y sigo avanzando” o “todo tiene siempre una solución”.

 

Es importante que comprendamos que la inteligencia emocional está unida a nuestro proceso de desarrollo, autoconocimiento y madurez personal. Por lo mismo, cada vez que logramos comprender mejor lo que sentimos, lo aceptamos y expresamos con un propósito, en vez de reaccionar por los impulsos psicofisiológicos más primarios, favorecemos que este flujo de energía instintiva y adaptativa se dirija en la dirección correcta y nos transforme en mejores personas e impacte positivamente en nuestro entorno social.

   

Hernán Díaz Bustamante

Psicólogo – Terapeuta Transpersonal






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