EL DOLOR DE PERDER A ALGUIEN

¹El dolor de perder a alguien es un dolor inmenso. Es constatar que la muerte es la realidad final de una vida; una barrera por la que cruza sin

retorno el ser querido, que caminó junto a nosotros parte del mismo sendero de esta tierra conocida.


Es sentir desde nosotros ese vacío que nunca más podrá llenarse: la voz de un padre, la caricia de una abuela, el consejo de un tío, el abrazo de una amiga, el beso de quien nos quería. Es descubrir que ya no habrá cuerpo sino un recuerdo que se alimentará desde lo más profundo que quedó en nosotros de esa persona. Es desear, desde un natural egoísmo, que no hubiese partido porque nos priva del efecto benéfico que su presencia ejercía en nuestras vidas.


Y esto, porque la muerte es una pérdida para quien queda y toda pérdida la sentimos con tristeza en el alma. Un llanto de muchas lágrimas y de pocos consuelos que nos alienten en el momento más próximo a la partida. Un duelo que se lleva en meses o años y que para algunos puede durar el resto de sus vidas, como la madre que ha visto morir al hijo en sus brazos.




² Pero esa pena que queda en el alma es precisamente el inicio de nuestra propia sanación, dado que nos lleva hacia adentro, hacia nosotros. Esa introspección nos permite reflexionar sobre nuestra vida, ahora que ese alguien no está. Nos aquieta y nos ayuda, por un lado, a lograr aceptar y, por otro, a recuperar fuerzas para seguir avanzando por el sendero de nuestro desarrollo personal.


La tristeza es lo inherente ante el umbral desconocido de la muerte y es necesario sentirla y vivirla en sus etapas, en especial las más intensas, porque es parte de nuestro aprendizaje humano y una forma de iniciar la adaptación a lo que ahora viene. Lo inadecuado sería quedarse en ella y volverla contra nosotros, lamentándonos, renegando y usándola de excusa para no actuar con fortaleza cuando estemos preparados.


Con frecuencia, el mejor homenaje que podemos ofrecer a quien ha partido es dejar lo más hermoso y bueno de sus enseñanzas o ejemplos en nuestro corazón y alimentarnos de ese tesoro para poder continuar. Otras veces es preciso perdonar sus errores o el daño que pudo causar, considerando la frágil condición de ser humano que compartía con nosotros.


Desde lo espiritual, la fe nos dice que la muerte no es la última palabra, que es una noche que amanece en un lugar más pleno; en el reino de la esencia pura y del amor verdadero. Así, quien cree se alegra en su interior aunque llore en lo externo, porque sabe en la certeza que da el creer, que quien fue, sigue siendo en la eternidad. Que “es para siempre” porque vuelve a su origen divino.


El dolor de perder a alguien, entonces, puede dar paso con el tiempo y la comprensión al gozo de tenerle de otra manera, aunque ya no sea visible ante nuestros ojos. De la misma manera como todo es más cristalino y bello luego de que la lluvia ha mojado la tierra, así podemos ver renacer la vida cuando pasan las lágrimas…


Hernán Díaz Bustamante

Psicólogo - Terapeuta







Síguenos:

Espacio Crístico Copyright© 2020

CONTACTENOS